El anhelo de ser bosque

El anhelo de ser bosque

Quiero volver a Casa. ¿Dónde es esto? ¿Por dónde se va? Solo puedo seguir este latir interno. Pum-pum. Pum-pum. Es esa sensibilidad que se expresa de maneras diversas (clamando latido-otro) que han intentado arrebatarme tantas veces, la que me guía. He probado muchos caminos ‘de vuelta’, y observo una y otra vez que solo hay una dirección posible: ‘para dentro’ y ‘para abajo’. Más adentro y más abajo. Enraizándome hacia el corazón de un Todo que, aunque pueda sonar místico, en realidad puedo pisar y tocar cada día cuando bajo a saludar a los árboles del barrio. Porque (también) soy una planta que busca nutrición, que se reverdece o se marchita en otoño y en cada Premen. Quizá sea (también) una amapola primaveral como me dice mi Abueli desde siempre.

Hace un año que empecé a balbucear esta idea, y he empezado este texto tantas veces como retoños salen con los primeros días de calor. Ninguna palabra puede nombrar un sentimiento tan complejo como este. No consigo las frases ni los títulos que logren expresar lo que quiero. He deducido que esto que torpemente tecleo pertenece al misterio mismo de la Vida, y que es un saber ancestral que los árboles (conectados todos ellos) guardan con recelo bajo capas y capas de mullido suelo. Sin embargo, como dice mi profe de taichi, continuar haciendo el mejor intento es lo más que puedo hacer.

Saco entonces mis dedos-ramillas y aquí va el mío.

Nos plantaron en tiestos pero seguimos recordando

Observo día a día los tiestos de mi balcón. Tan verdes y alegres, tan agradecidos siempre. ¿Qué pueden hacer las plantas aquí? En realidad, hacen todo lo que tienen que hacer (entre ‘sus funciones’ una es alegrarme la vista-vida, por cierto), excepto, relacionarse con otras plantas desde las raíces. Y nosotres, ¿qué podemos hacer en los tiestos en los que estamos?

Hace tiempo que le doy (mil) vueltas al tema de la no-maternidad (te contaba sobre ello aquí, pero no he terminado de exorcizar el tema…). Un día, sentadas en el balcón viendo atardecer con las plantas como testigo, y hablando de este tema, pude intuir que para poblar el tiesto-propio conocido también como familia nuclear, la manera hegemónica/normativizada es tener criaturas. En realidad, parece ser que la única manera posible es crear/criar criaturas. Pero, ¿acaso no hay otras maneras de que crezca vida bajo mis pies y de que nuestros tiestos se ensanchen?

Por suerte sabemos que (y tenemos referencias sobre) la mutación que las relaciones interpersonales (y de conexión con todo lo que está vivo, que por cierto, es mucho más de lo que era capaz de ver hasta hace poco) están viviendo en los últimos tiempos.

Hablamos de relaciones no-monógamas, de redes de cuidado, y hasta de polos cooperativos. Quizá ha sido así siempre, porque todes, de siempre y todo el tiempo, mientras vivimos esta realidad encarnada, anhelamos un tiesto más grande, más hermoso, con piscina o vistas al mar. Y es probable, que también anhelemos la compañía de otras personas/plantas/seres sintientes con las que trenzar nuestras raíces para nutrirnos y convivir. Porque no hay duda, la Vida es conexión.

(Un breve pero importante paréntesis: Obvio que no todos los tiestos son iguales. Podría hablar de la metáfora de los tiestos-casa en los que vivimos largo y tendido, de como hay tiestos de plástico con tierra reseca por las condiciones de vida precarizadas, y como otros son de mármol con un diámetro de más de 2 metros. Esto lo pudimos ver bien durante la pandemia. Unos de los que nos echan cuando nuestro contrato de alquiler se rescinde por la turistificación, y otros en los que cabría toda una plantación de pinos. No quiero alargarme, pero no quería dejar sin nombrar esto).

De anhelos que pueden ser impulso y otros con los que hay que aprender a vivir

Aceptar es el gran verbo al que aspirar, mientras, todes solemos anhelamos ‘algo’: estar de una manera o de otra, tener esto o aquello, viajar, distraernos, tener una ‘buena vida’, incluso sin saber bien qué significa. Todes anhelamos amor, amar y ser amades, probablemente todo el tiempo. Algunos de estos anhelos nacen de nuestras heridas infantiles (queremos eso que nunca nos dieron), otros se crean de la terrible comparación (y acumulación) cultural que sostenemos, y otros, son inspiración, nutrición de tus raíces a las mías.

De esos aromas carentes o inspiradores, de esos anhelos con olor a verano que termina, seguramente, es desde donde nacen nuestros deseos más profundos, y de estos deseos se generan los impulsos para accionar en esa dirección. ¡Esto es buena señal, si hay deseo, hay impulso y esto significa que seguimos vivas y verdes!

Sin embargo, hay otros anhelos con los que hay que aprender a convivir. Y este de ser bosque que te traigo, en tiempos del capitalismo zombie e individualidades como estamos (y un poco carentes de habilidades sociales, al menos yo), es uno de ellos. No siempre es posible que un anhelo se convierta en realidad, pero el intento merece la alegría, da ‘un’ sentido a la vida y esto es lo que como humanites buscamos sin cesar.

Ahí está el impulso. No seremos bosque, pero nutrir la tierra bajo nuestros pies (literal o metafóricamente, ¡o ambas!), me parece una motivación maravillosa para seguir caminando y sembrando/polinizando/inspirando Vida.

En el bosque no hay árboles, solo hay bosque”

El bosque nos espera, recordar nuestro ser animal y nuestro ser vegetal es el camino que se ha abierto ante mí en este último tiempo, y sinceramente, me tiene tremendamente polarizada. Siento un fuerte entusiasmo por percibir y proteger e incluso conservar/replantar vida (mucho) más amplia de lo que nunca imaginé (y mucho más allá de lo androcéntrico que tan agotado percibo), y también el duelo triste y amargo de tanto que muere y desaparece ante una impotencia que se hace bola en el estómago y lágrimas saladas en los ojos.

El neoliberalismo camuflado en el famoso sistema del bienestar (y estos tiestos en los que estamos metides), trajo la perdida de múltiples conexiones (y de habitats, y de especies, y de mucho más que aún no sé ni nombrar), cortando micelios y raíces, destrozando ramas y flores que tocaban a otras, individualizando comunidades y haciendo que cientos de saberes quedaran enterrados, y a veces pienso que el objetivo principal de las necropolíticas (o políticas que incitan la muerte) de nuestros tiempos, siguen siendo continuar alejándonos más y más de todo lo que aún late. Parece que quieren que seamos plantas de plástico que cogen polvo en la esquina de cualquier salón.

Yo siento que igualmente, seguiremos anhelando ser bosque, porque bosque es lo que somos. Y me gusta saberme anhelante y acoger este sentir que, aunque pueda parecer contradictorio, tanta vida me insufla.

En estos últimos meses tengo un mantra nuevo. Es el que tan magistralmente nos recuerda Richard Powers en su maravillosa obra ‘El clamor de los bosques’1: “En el bosque no hay árboles, solo hay bosque”. Las conexiones están ahí, aquí, todo está conectado, aunque no seamos capaces de verlo. ¡No lo olvidemos!

Ya no existen (por estos lares) bosques originarios, pero la vida sigue brotando

Hace poco que descubrí esto2, y lloré. Por mucho que nos empeñemos en romantizar lo que fue, ya no es. Y no será. Podrá haber nuevas utopías poéticas (en estas estamos), pero todos los bosques de Euskal Herria (e imagino que también de muchos otros territorios), están tocados por la mano del Hombre (en su mayúscula hegemónica).

Sin embargo, la magnífica noticia es que el derroche y generosidad de la Vida que crece en cualquier rendija y rotonda, cerca de cualquier carretera o fabrica, sigue su curso imparable.

Su capacidad de dar incondicionalmente y la grandeza de sabernos parte de ello, nos da la oportunidad y (puede darnos) la inspiración para seguir sabiendo que también somos ese amor-vida que brota en cada arcén y que se expresa en esa compasión que tanto requerimos (también y primeramente) hacia nosotras mismas. Incluso aunque vayamos a seguir plantadas en tiestos.

Desde ahí, acogiendo (y duelando) la perdida de lo que ya no será más, de esas especies vivas que desaparecen cada día, podemos seguir reuniendo las fuerzas para plantar ahora lo que, quizás algún día, sea un (renovado) bosque originario (del siglo XXI).

Hay un dicho arbóreo que dice: ¿Cuándo es el mejor momento para plantar un árbol? Hace 20 años. ¿Y el siguiente mejor momento? ¡Ahora!

Mientras, yo estoy optando por salir del tiesto (física y emocionalmente) cuanto puedo, y gozar, compartir y hacer la fotosíntesis en el bancal de mi grupo de compas o de nuestra red de cooperativas. Estoy segura de que estas semillas simbólicas (y/o reales) traerán retoños en dirección a la Vida (más allá de lo cansinamente humano y racional), y que tendrán sus frutos (simbólicos y tangibles) en la dirección óptima para que la Vida (con su mayúscula que mira hacía el cielo buscando la luz) siga brotando.

1El clamor de los bosques. Richard Powers. Alianza editorial, año 2019.

2Documental en euskera “Gutik Zura”. Puedes verlo aquí.

*El dibujo de este post es mío. Puedes ver la renovada (y ampliada!) Galería, aquí.

Una salita de estar en el Inframundo

Una salita de estar en el Inframundo

Tras varios meses de no venir por aquí, si te soy sincera no sé por dónde empezar. He unido cabos y he soltado algunos nudos, he leído montones de libros inspiradores relacionados con eso que llamamos “naturaleza”… y aquí y ahora, dejar que mis dedos transcriban lo que mis entrañas, con ese idioma suyo tan gutural y viscoso, se digan, hace que las mariposas de mí estómago dancen (de nuevo). Dentro escucho algo así como: “Dale, Enara, dale!”

Quizá el título te parezca un poco “oscurito”, sin embargo, te pido que me des una oportunidad, sobre todo porque últimamente, me siento más lejos de retozar en la herida, y mucho más cerca de poner en valor lo que aún late, aunque muchas veces, y es lo que vengo a argumentar por aquí, pienso que nacen del mismo lugar.

La Vida se está haciendo en mí, a través de mí. La vida me atraviesa y estoy aprendiendo a dejar que así sea. Cuando toca “arriba”, pues ahí, cuando toca “abajo”, pues ahí también.

Podría empezar esta renovación hablando del anhelo de ser bosque sobre el que llevo tiempo sentipensando, o de las conexiones que he recordado en este tiempo conmigo misma y con otres seres sintientes, o sobre las que aún ni siquiera soy capaz de ver, pero que echo profundamente en falta. Sin embargo, inspirada por estos días en los que, después de 18 meses de recorrido, me/nos coronamos con Venus como estrella del cielo y terminamos ciclo, he decidido empezar por el principio que se anuncia con este final.

Recapitulaciones venusinas

El 10 de julio Venus estará en su máxima altura (si tienes ocasión de mirar al cielo del oeste en el atardecer, puedes saludarla, está preciosa!). Es, por tanto, momento de recapitular, de recoger las perlas asomadas, coronarme/nos (y celebrar!), sabiendo, eso sí, que pronto volveremos a agachar la cabeza, haciendo una humilde reverencia, para volver a empezar. Lo cíclico es así, no hay un sitio en el que quedarse apalancada. La espiral infinita en la que estamos montadas, continúa su viaje por las aguas insondables que somos.

Si eres fan como yo de recapitular cada cierto tiempo, te animo a que eches la vista atrás y observes/anotes/escribas sobre lo que ha ocurrido en tu vida desde enero del 2022. Te prometo que el ejercicio no te dejará indiferente ^^

Me corono con (un poco más de) autonomía interdependiente; conociendo (un poco mejor) mi fuerza interna, los auto-agarres que (me) tengo y también aquello que ya no (me) sirve y que se ha quedado por el camino; valorando (mucho) las cuerdas (quizá algo más gruesas y tiernas) que me unen a otres. También honro mi camino, ese que como te decía voy aprendiendo a que la Vida haga a través mi.

Una salita allí abajo

En esta punta de estrella (en Capricornio), he hecho mi (mejor) intento (hasta el momento) para seguir reconociendo mi inframundo propio (que a veces también es transpersonal), aquel en el que estuvimos de lleno en octubre del 2022.

El otoño para mí fue tremendo. Y entonces, en medio de esta tremenditud, fue cuando pude ver claramente, por las grietas de luz que voy abriendo en cada viaje (y de maneras más o menos amables conmigo misma), que si hay algo que caracteriza al inframundo, es que nunca sabes lo grande y lo profundo que es, y también que, probablemente sea el lugar de nosotras mismas que más amor y compasión necesita. Y por supuesto, que no es un “sitio” opcional, sino más bien un espacio al que somos arrojadas, arrastradas o llevadas con cierto cariño de vez en cuando. Porque la Vida es así, hay muerte, dolor y tristeza. Y eso también es la Vida que se hace a través de cada cual.

Yo utilizo el término “inframundo” porque resueno mucho con el mito de Inanna (y de Eresquigal!), pero tiene muchos sinónimos: Lo oscuro, lo inconsciente, las aristas de la personalidad, los charcos internos, “ese estado del que siempre quiero huir”… ¿Cómo lo nombras tú?

También la Premen (como tantas veces te he contado) tiene, en mi opinión, mucho de fase-inframundo. Sostengo (como te cuento con voz-propia, aquí), que antes de que nos baje la Menstru, somos invitades a estar un ratito surcando esas aguas, o un ratazo. Lo que toque. Y para ello, lo que quiero nombrar por aquí, es la importancia de conocer (y reconocer y reconocer ….) este espacio, y quién sabe, si incluso, hacerte una salita de estar con almohadones y mantas calentitas allí mismo. Si queremos dejar de huir de lo incómodo, mejor ponerlo ciertamente gustoso, ¿verdad?

Yo me imagino este espacio (aunque no siempre lo siento así) como mi propia casa de reposo en la que sentarme a respirar cada emoción incómoda, en donde me doy la oportunidad de bajarlas a tierra, y poder ver con una perspectiva más amplia. Es cierto que a veces los lodos me atrapan, porque ciertamente, la insondabilidad del lugar es impresionante. Entonces he de recordarme las cuerdas que me tengo amarradas (sobre todo para no caer en victimizaciones innecesarias que alargan la agonía), o a las que puedo recurrir (normalmente vía conversaciones amorosas con mis compas) para poder “salir”, o al menos, para conseguir una infu y una lamparita de sal que hagan más amable la necesaria estancia allí.

Recordar (y anclar) conexiones en el Inframundo

En algún momento de mi vida pensé que lo mejor que podía hacer era quedarme allí. A veces es tan abrumador el dolor, ¿verdad?… Hoy sé que la cosa no va así. Que, por mucho salón con chaisse longe y soledad elegida que me prepare, por mucho gusto (un poco extraño) que a veces pueda darme quedarme ahí, bajar, siempre siempre, implica subir. Y no lo digo como una frase mister wonderfulista, lo digo, porque es allí donde siento que podemos recordar qué hacemos aquí, encarnadas, en la Tierra, respirando y siendo respiradas por la biosfera, a cada instante y en cada aliento. Por lo que ‘subir’, poner en práctica esas perlas y comunicarlas, es realmente imprescindible.

Las oportunidades de anclaje a la vida, tal y como voy comprendiendo yo esta movida del vivir, están allí abajo, no existe un árbol sin raíces, y para nosotres, la movida (parece ser que) funciona parecido. Tierra nutritiva que te alimenta y te cuestiona al mismo tiempo, miles de familias de bichitos viviendo en(tre) tus raíces y entrañas, un proceso que sin el Sol, las ramas, las hojas y la fotosíntesis de ese gran arriba, no completa el ciclo.

El amor incondicional de los árboles (el que tienen por la vida, por los seres sintientes, por les humanes), me tiene muy inspirada últimamente, y me está ayudando a comprender, que, además de como sostenía antes sobre lo anticapitalista de la Premen que se deja estar en ese “cuarto oscuro,” y lo que cambia el ciclo menstrual (y la Vida!) cuando te permites llorar en “esos días”, la sensibilidad, la atención, el gozo de lo sentido, el poder mirar con todos los poros la grandeza humilde, generosa y derrochadora del entorno “natural” (y de une misme), es consecuencia de esas aventuras de espeleología que hacemos a nuestros abismos.

Esto me hace sonreír, y de vez en cuando, al sentir la Vida tumbada sobre la hierba o admirando los cientos de detalles de los árboles o escuchando el siempre alegre canturreo de los pájaros, una fuerte emoción me invade por dentro y termino llora-riendo en un momento presente que se me hace eterno y que al mismo tiempo sé que es fugazmente efímero.

No hay salitas sin obras

En realidad, considero que el inframundo es en sí mismo un vacío fértil que todes tenemos dentro. Sí, hay fantasmas, sí, puede dar mucho miedo. ¿Pero que sería esto de vivir si no tuviéramos suficiente tierra nutritiva para seguir expandiendo (y enredando!) más y más nuestras raíces, más y más abajo? ¡Yo al menos, me aburriría mucho!

Para terminar, me gustaría recordar(me/nos), que no hay espacio molón sin obra, sea más artesana o más sofisticada. Cuando queremos trasformar algo, no podemos hacerlo sin ponernos manos a la obra. Por lo que quizá, medir, pintar, amueblar y decorar ese espacio interno que tantas lágrimas suele traer, sea cosa de ir allí más a menudo, y que, a poder ser, no sea únicamente arrastrada por esos episodios dolorosos o tristes (que también son vida), sino que sea por voluntad propia.

Puede haber muchas formas para llevarme de la mano hasta ‘ahí’, de hecho, las hay. A mí me sirven los ratos de soledad elegida, los paseos con Maia, la escritura, la observación sin hacer “nada más” y también la práctica (novata, pero disciplinada) del taichi, en donde toco, aunque sea por unos instantes, un centro que estoy aprendiendo a reconocer y a habitar, en donde sé que también se halla mi inframundo.

Y tú, ¿cómo llevas este procesazo de amar lo que menos mola?, ¿cómo lo haces?, ¿cuáles son tus estratégicas?, ¿cómo van las obras de tu casa? 🙂 ¡Te leo encantada!


*La foto de este post es de un lugar que tengo el privilegio (y el reto!) de cuidar en el que, este año por primera vez (que yo haya sido capaz de ver), han crecido montones de milenramas 🙂 El día que escribí este texto, leí que esta planta tiene muchas propiedades curativas, y que se le asocia con mi querida Venus. He puesto un ramillete colgando de una de las paredes de mi sala de estar del inframundo para poderme hacer infus curativas en mis estancias allí abajo 😀

**El recurso-inspiración que va asociado a la newsletter de este post (9 de julio del 2023), es la maravillosa conversación-presentación del libro de Mariana Matija Niñapajaroglaciar,  en la que también habla de estos temas. Y, además, estoy enamorada de esta mujer 😉 <3

***El título de este post está inspirado en el taller de unas compas arquitectas (y feministas), que se titula “Una sala de estar en la plaza”, al cual tuve el gusto de asistir hace poco.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies