La herida, (desde donde (aprendemos a) nos nombramos con la Coñoescritura),

que ha sangrado sudor y tinta durante premenstruales solitarias,

ahora, está contenida.

Son ya unos años de ir acercándome a Ella, sabiendo que está ahí, aquí.

Desde hace un tiempo practico con teclear (sin)-sentido, y con la brisa de palabras cómplices,

también con enfadarme como una mona por querer ser de otra(s) manera(s).

Guareciéndome en mis tormentas, alimentando así, el infinito bucle de inseguridades.

Son ya unos años de mal-decirla, de seguir con la arqueología de vivencias y vísceras,

de rascar hasta aburrirme (de m)i.

De subir al infierno con cada pico de estrógenos,

y descender al más oscuro cielo en cada bajada de progesterona.

 

En este último tiempo veo la brecha,

y la visualizo Cicatriz.

Soy capaz de nombrarla sabiéndome imperfecta.

Soy capaz de oírla cuando demanda contención. Y de, casi siempre, atenderla.

Incluso me atrevo a dejar por escrito que, a veces,

siento una calmada-compasión por Ella. Y por mí.

 

Si hecho la vista hacia atrás, unos pocos años siquiera,

y sé que nada de esto hubiera podido ser sin que alguien (o más bien alguienes),

[gratitud profunda a cada una de vosotras desde aquí]

me hubiera(n) validado.

Diciéndome que sí, que me creían (que me creen),

que lo que sentía (y siento) era normal, y que esta(ba) bien así.

Que, en muchas ocasiones ellas también lo sentían (y lo sienten).

Validar. Validarnos. Validarme. Es una palabra hermosa.

 

“Bajar al cuerpo era esto”-pienso.

Depurar algunas heridas, dejar secarlas al aire y con paciencia otras.

Observarlas mientras se convierten en piel renovada.

Acompañada de otras, y (siempre) de una misma.

 

Siento esta mía cicatrizando con una única capa de piel.

Fina como el pétalo de una flor blanca.

Si miro atentamente, veo con nitidez la sangre de mis venas correr debajo.

Volverá a abrirse decorando algun(os) momento(s) más en mi vida.

No tengo duda de que ocurrirá.

Porque (me guste o no) es parte de mí y de mi historia.

Y (La) lloraré de nuevo (y espero que de nuevas),

me volveré a doler en (y con) Ella, y cicatrizará nuevamente.

Esta siguiente vez, eso sí,

el botiquín pertinente completado con agua salada de Isla Ternura,

conversaciones cómplices durante una tarde soleada de invierno,

y algún otro mecanismo-caricia (aprendido por el camino) más,

estará en total disposición.

 

Ya no tengo miedo a sangrar. Ni real, ni metafóricamente.

Porque sé, que puedo compartir mis derrames y derrotas de tonos grises, y

porque tengo la certeza, de que también habrá quien querrá bailar conmigo en las nubes anaranjadas.

 

21 de enero del 2021. Premen día 21.


*La imagen de este post la titulé «Heridas». Sangre menstrual y pintura acrílica sobre papel acuarelable. Puedes ver otros dibujos-experimento en La Galería.

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