Queridísima Remedios:

Discúlpame por comenzar con un adjetivo (quizá) exagerado. Tu no me conoces, pero para mí eres una amiga que me ha enviado un montón de cartas que he tenido el placer-incomodo de leer, y también, en las que descansar. Llevo este agosto de perpetuas nubes grises leyéndote por Euskal Herria, y mientras, de forma casi obsesiva, veo videos y entrevistas en las que te pongo voz y movimiento. Al volver a ‘Frágiles’, siento que eres tú misma quien me lee las cartas. Y me siento acompañada y agradecida al escucharte.

Acabo de terminar el libro. Justo ahora. Hoy, en este 16 de agosto del 2021. En Irun, Gipuzkoa. Aunque también me he llevado tu última obra de ‘vacaciones’, a Cantabria. También un norte con poco sol en el que la luz ha llegado a través de tu libro. En este lapso de tiempo, en este parar que me he concedido y para el cual la negociación no ha sido sencilla, he degustado cada una de las hojas que nos has compartido con el cariño de quien sabe sobre alguien muy cercano.

Primero de todo, quiero agradecerte profundamente tu trabajo, la lentitud, las siempre acertadas palabras y también a todas esas personas creativas que han querido compartir contigo sus historias. Nuestras historias al fin y al cabo.

Hace 2 veranos leí ‘El Entusiasmo’, recuerdo que fue un puñetazo en toda la tripa, y recuerdo también la liviandad de saber que (muchas) más personas están en este caos-vida del trabajo-vida creativo que yo transcurro. Me quedé hipnotizada por tu forma de hablar, de plantear las preguntas y también de la claridad en las definiciones filosófico-prácticas que nos muestras. No se me ocurrió escribirte, pero en esta ocasión, y después de mandar callar a todas las voces de mi cabeza que me empequeñecen, he querido hacerlo, y aquí estoy.

No quiero quedarme en este escrito haciendo de grupie (cosa que se me da muy bien), me gustaría contarte sobre lo que me ha llegado, lo que me ha atravesado y lo que en estos días de “pausa” me está latiendo con fuerza en algún lugar entre el diafragma y el útero. Creo que es la esperanza volviendo a brillar, siquiera un poquito, como una vela pequeñita que es prendida por una-otra fuerte mecha.

El tiempo se ensancha cuando una está de “vacaciones”. El vacío de quehaceres se me vuelve abrumador los primeros días, después, el tiempo se ralentiza, y aunque mi jueza interna me increpa sobre “lo poco productiva que estoy siendo”, puedo responderle que son los días que “me corresponden” para parar. Esos días “libres” en los que salir de la habitación propia conectada se vuelve imprescindible y casi de una obligatoriedad hegemónica. ¿Cuándo conquistaremos la vida que sea gozosa, en la que teniendo unas condiciones dignas quede tiempo para el arte de la Vida y para jugar con lo que nos entusiasma? Aquí a veces, en esta pregunta, la esperanza se me fuga muy lejos. Tengo una amiga que me suele recordar que tenemos que tener paciencia estratégica y saber, que nuestras “luchas” son como las de los Zapatistas, para dentro de 500 años.

Para mí esta escasa semana que he pasado fuera (y lejos de mi habitación propia conectada) ha sido una frenada en seco. Hemos estado en un camping y una relevación que se me ha mostrado en este ecosistema en el que la vida (también) íntima se da sin paredes, es que no se pueden hacer dos cosas al mismo tiempo. Si toca ir a fregar, eso haré, si apetece tumbarse a escribir, eso haré. El no-tiempo, que no haya relojes ni pantallas, comer cuando hay hambre, dormir cuando el cuerpo lo pide, me parece lo más subversivo y revolucionario de estos tiempos hiper-productivos. Puede parecer frívolo y privilegiado, pero desde mi norte precarizado y a mis treintaytantos, así lo siento. Sin embargo, convertirnos en caracol (o que uno nos habite en la cabeza) creo que es un proceso más lento y el cual requerirá de una adaptación que, obviamente, no he tenido el tiempo de hacer. ¿Lo tendré algún día?

En las rutinas obviamente, las cosas son bien diferentes. Yo trabajo desde casa (o como ahora se dice, teletrabajo) desde hace 6 años. Le pillé el truco (o esto diría) antes de que fuera (casi) obligatorio. Fue complejo y aún lo es. Fue muy jodido durante el confinamiento, como para muches, los tiempos de trabajos, empleos y proyectos no cesaron en los casi 4 meses. Aún a veces, oigo gritar a la lavadora y otras, el reloj me dice que prepare la comida. No hay entonces un lugar del que salir, y esto se me hace más complejo cuando, como ahora, mi despacho no desaparece por muy en rojo que estén marcados los días en mi calendario. Estaría guay hacer desaparecer a momentos estos lugares de teclados y carpetas, aunque atravesar el mono, no molaría nada.

Estos días, en plena premenstrual y con tristeza pos-vacacional, me siento sola. Es curioso como estando trabajando, incluso estando prácticamente sola (físicamente) en mi día a día, me siento acompañada. En realidad, cuando hablo entre mis cuatro paredes (o en mi nido de creación como me gusta llamarle) únicamente es Maia, mi Compa peluda la que me escucha. Pero sé, que detrás de cada email que recibo, o de cada llamada, de cada comentario en algún post de alguna red social, hay alguien que me piensa, que me tiene en cuenta y que le interesa lo que hago.

Doy un paso atrás con este “le interesa lo que hago”, que no, “le interesa quien soy”. He cruzado la línea de la auto-explotación varias veces (y muchos más en las que no he sabido nombrarlo), y aunque me mantengo alerta, temo verla acercarse más y más cada vez, como si sintiera que sin ella, sin la impostura y el dolor que vienen de su mano, dejaría de existir, y ya a nadie le interesaría lo que hago y mucho menos quien soy.

Es curioso porque en realidad, todos los proyectos que sostengo (menos uno, el mío propio, y el blog en el que escribo) son colectivos y comunitarios. Y es verdad que aunque a veces nos vemos en reuniones (últimamente en formato video-llamada) o eventos, mi día a día es más bien solitario. Sobre todo en lo que tiene que ver con mi mundo emocional. Tan denostado aún en la mayoría de los casos, que mostrar la bandera de la fragilidad, la vulnerabilidad, el error, el cuerpo o los lodos, resulta en sí mismo todo un acto de valentía que a veces, siento que no compensa.

Una de las últimas cosas sobre la que quise escribir antes de terminar el curso fue sobre lo que implican los trabajos transformadores. Después de leerte, creo que podemos meterlos en el mismo saco que los trabajos creativos porque al fin y al cabo todo lo que es creativo pretende transformar, y todo lo transformador es en sí mismo creativo. Después de 9 meses intensos, con muchos vaivenes y muchas complicaciones, pensaba en que trabajar en cualquiera de estos proyectos (yo participo/sostengo 4 de 2 ámbitos diferentes), implica saber nadar en los lodos y en el fango. En mi caso, en 4 océanos llenos de interrogantes que pinchan al mismo tiempo. Uso mucho la metáfora del ‘charco’ para definir los lugares oscuros y complejos, las tensiones, los (posibles) conflictos, y en definitiva, todo aquello que nos puede llevar al factor error o a la idea del fracaso. Entonces, a finales de junio, ensayaba con la idea de que aprender a nadar ahí, en esas ciénagas llenas de posibilidades y, como dice Preciado “ficciones más tiernas”, es una cualidad indispensable para querer trabajar o dedicarle la vida a los procesos de transformación que sean emancipadores. A veces, boqueamos sin escapatoria hacia esas calles sin salida, otras, encontramos islas habitadas por Compas en las que compartir y descansar. Para mi calma, escribí también que cuando estoy exhausta, puedo (y debo) tumbarme en las orillas viscosas y dejar que los lodos me hidraten la piel. Ahora, añadiría la idea de cerrar el parpado y navegar en mis adentros sin prisa. Aunque en estos tiempos que parecen suceder a contrarreloj, esto se me antoja casi una quimera…

Estoy premen como te he comentado. En pocos días llegará la sangre y todo volverá a comenzar, o así me lo cuento yo. Esta fase es el auto-ensayo que más interesante me resulta en este investigar la vida (mi vida y la de otres) en cíclico. Aquí surgen los abismos olvidados, las dudas existenciales, los dolores postergados, en este momento en el que mi cuerpo es inundado por progesterona, la fragilidad se vuelve montaña y a veces, se me cae encima, convirtiendo en acantilado cualquier atisbo de esperanza que hubiera podido cultivar. Intuyo, que la vida de un cuerpo en proceso de enfermedad, ha de ser bastante así muchas veces…

Suelo recordarme los diversos mantras que me he ido instalando en mi software en incesante actualización (que si “esto también pasará”, que si “la vulnerabilidad es política”, que si “solo lamiéndonos las heridas podremos seguir adelante de otras formas”…), aunque en realidad, con escucharme, acogerme, descansar, permitirme el parpado y, si es necesario, validarme en relación, es más que suficiente. Diría que esto último es lo que me resulta más complejo de todo lo que planteas. ¿Cómo hacer que nos crean (y creernos!) cuando hablamos (e intentamos vivir) en la no-prisa, en el hacer-profundo, en el respirar para seguir manteniendo la esperanza de estar vivas y juntas? No hablo de un ‘creer’ dogmático, más bien de uno inspirador, de un validar-me, de ese contagio del que también hablas en el libro y que en mi opinión, es una pieza fundamental en todo esto. Vivas y juntas. Amarradas para bajar a los pozos, descansando en Isla Ternura o en Playa Esperanza.

Los nuevos imaginarios serán cuestionados (y cuestionables), o no serán. Y ahí, en estas preguntas que aún tengo por hacerme, que aún tenemos por hacernos radica en mi opinión la esperanza. Una que por supuesto es trasformadora y que además, contamos con las condiciones para que pueda llevarse a cabo políticamente. Con medios y recursos para ello. Porque de estos nuevos imaginarios, nacerán las ideas y las praxis que nos cuiden y nos hagan sabernos acompañadas, no únicamente a través de nuestros cuartos conectados, sino también, haciendo barrio, comunidad de cuidados, aprendiendo juntas, bailando, incluso, aunque esté prohibido.

Me he preguntado muchas veces para qué mantengo mi blog, para quién escribo esa newsletter que procuro quede amable y cercana, que por qué “pierdo el tiempo” juntando letras y dándole a ‘Nuevo-Crear documento’ una y otra vez. Sé que la visión de esa nueva cultura que estamos creando juntas es importante, y hace tiempo supe también que todas las voces son necesarias. Hoy, al terminar tu libro me reafirmo en ello. Teclear, escribir, sacar fuera de mí y ponerme letras, me salva, me ordena y me da el entusiasmo que necesito para seguir manteniendo presente esa esperanza que es oxígeno.

Ahora que con pena he pasado la última hoja del libro, sé que tengo que revisar las sábanas que tengo encima. No creo que lleguen a 500 pero son bastantes. Hoy, lunes, me queda una semana antes de volver a empezar para preguntarme sobre lo que llevo encima, sobre los tiempos, sobre quién soy si me despojo de cada uno de mis proyectos creativos, sobre quién hay debajo de tanta sábana, y también, sobre las cosas que cultivo más allá de lo productivo, como el taichí y las personas (y seres) amadas con las que comparto mi vida. Estoy segura que se me va hacer más sencillo (y sobre todo menos solitario) después de haberte leído, y de saber, que tanto tú como otres estamos en el mismo camino.

Nos vamos encontrando entonces en bosques silenciosos y playas tranquilas, en los placeres de la vida, y también en los lodos de los trabajos precarios. Sea nadando o sea tumbadas en la orilla dándonos los parpados necesarios para reflexionar y retomar la alegría con la que seguir entusiasmadas, dejándonos llevar por eso que nos atrapa. Eso sí, esta vez, que el arrastre sea encima de una nube que nos acaricie al pasar.

Te mando un cálido abrazo, Remedios. Y una vez más, gracias infinitas por tu trabajo, y también por ser quien eres, más allá de lo productivo.

Con mucho afecto,

E.

 

Pd: Voy a publicar este texto a modo de ‘Carta abierta’ en mi blog. Con ello, pretendo, al igual que tú, que nuestras intimidades sean artefacto político con las que seguir dándonos pistas en estos caminares transformadores y creativos. Otro abrazo 🙂


*Aquí tienes la web de Remedios Zafra en la que encuentras todas las referencias a sus libros y trabajos.

**La imagen de este post es de Bruno Pontiroli. Es la imagen de la portada del libro ‘Frágiles, cartas sobre la ansiedad y la esperanza en la nueva cultura’.

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