Estoy enfadada. Dentro un nudo grande no me deja respirar.

Y sí, escribo sin filtro cuando me encuentro así.

Pongo la lengua en el paladar y abro mi pecho como si de un paracaídas se tratase.

Cojo aire hasta el fondo. Sigo aquí. (Menos mal)

 

No hay niña herida que pueda sanarse.

Hace unos días M. me lo dijo y sus palabras quedaron resonando allí donde comienza mi útero.

“No se trata de sanar la niña herida, sino de aprender a vivir con ella”.

Y una vez más vi la trampa que me había comido mientras pensaba estar-me ‘sanando’.

 

Sanar.

Esta palabra tan usada en los últimos tiempos y que una vez más parece enarbolada para la confusión.

Para que ese capitalismo que se filtra entre las grietas más minúsculas (que con mucho esfuerzo abrimos), continué su despiadada conquista.

¿Cómo sanar-nos en una sociedad enferma? No es posible. Da igual lo bonito que nadie lo pinte.

Dan igual las meditaciones o los cursos que como buenas newagers aplicadas nos hagamos.

Quizá estos nos sirvan para hallar esperanza,

o para desaprender o re-aprender formas o herramientas con las que siquiera, consigamos calmar nuestras abundantes (no) lagrimas.

Los desgarros serán cicatrices. Cerradas o no.

Seguirán latiendo a pesar de su aparente quietud.

Y quizá, el día menos pensando, mares de sangre desborden de ellas.

Las heridas, nunca desaparecerán, y sin ellas, tampoco sería yo.

 

Sanarnos ‘solas’ mientras fuera poco cambia.

Consiguiendo el abrigo de esas Otras también heridas.

Procurando no dolernos más entre nosotras.

Aunque lo haremos. Porque somos hijas de este sistema roto y dañado.

Abandonos, falta(s) de ‘lugares’, inocencias-creativas corrompidas, sexualidades violadas.

 

Soñamos con mundos-islas-lugares-ficciones  tiernas en donde siendo quienes sea que seamos, consigamos acogernos en paz.

A veces lo conseguimos, ¡y que a gusto llora y ríe allí la niña herida!

 

Buscar constantemente sanarnos puede convertirse de vuelta en enfermedad.

Porque son caras de la misma moneda.

Porque en la dicotomía nos perdemos y nos confunden.

Porque nuestro entorno es una batalla que nunca sanaremos (ni ganaremos)

y probablemente, continuemos perdiendo-nos mientras intentamos salir de la culpa de haber enfermado.

 

“Aprender a vivir con ella”, con la niña herida,

saber quíen es, y quíen fue,

saber de sus heridas, y procurar no volver a golpearnos en ellas, con ellas, entre ellas,

abrazarme, cuando sea necesario,

acogernos, y darles espacio a aquellas que fuimos,

y que aún, en algún lugar de nuestras adentros, SOMOS y SEREMOS.


*La ilustración es de Joana Santamans, se titula «Niña soplando».

**’¿Sabes leer?‘ Artículo sobre body literacy (o coñoescritura) de Teach E. (Erika Irusta)

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